Los asesinos de Noir

Recibes lo que das


Los disparos seguían, uno tras otro sin parar.

- Por favor, deteneros ya...- suplicaba la mujer- Ese hombre ya está como un colador. No se puede ni mantener en pie...- lloraba.

- Eso le enseñará, así nunca volverá a meterse donde no le llaman.- respondió el hombre mientras apagaba su colilla.- Chicos, vámonos.

El grupo de hombres se retiraron y la mujer se acercó hasta el cadáver de su compañero.

- Lo siento, lo siento muchísimo... Nunca creí que esto acabaría así. Si no hubiera sido por mi codicia y egoísmo... Ahora podrías estar vivo...- la mujer lloraba a llanto perdido.

Las nubes sentimentales dejaron caer la lluvia para ocultar sus llantos en aquella oscura noche.

- Señorita, se está mojando. Se va a resfriar- dijo una voz aniñada.

La mujer levantó a duras penas la cabeza y vio como una niña, vestida con un chubasquero amarillo con estampados de flores, tendía su paraguas para protegerla de la lluvia. La mujer aceptó el pequeño paraguas mientras se secaba como podía las lágrimas que no paraban de brotar.

- ¿Quieres vengarte?

- ¿Eh? ¿Qué has dicho?- preguntó dudosa al haberle escuchado a esa niña decir esas palabras.

- ¿Qué si quieres vengar a tu amigo de lo que esos tipos le han hecho?- repitió

- Pero que dices- intentaba sonreír ante la idea de ser ella y una niña contra un grupo callejero como aquel.- Ya me gustaría, ya...

- ¡Otousan! – se dio la vuelta en llegar un hombre alto con otro grupo de hombres.

La mujer con solo verlos ya había reconocido que se trataba de un grupo de yakuzas. Analizó la situación, si contaba con su ayuda podría vengarse pero al mismo tiempo se ponía en riesgo ella misma al involucrase con un grupo como ese. La niña se cobijó debajo del paraguas que sostenía un hombre que parecía el jefe.

- Señorita, ¿Qué necesita?- habló el hombre.- Dígalo alto y claro, para que la escuche.

Su voz era potente e intimidante.

- Quiero vengarme. Quiero acabar con los que le hicieron esto a mi compañero.- gritó con las pocas fuerzas que le quedaban.

- Bien, he oído tus suplicas alto y claro.- dijo el hombre extendiendo la mano para ayudarla a levantarse.- Soy Hanafuda.

La mujer aceptó aquella mano que parecía amiga. Tras recibir cobijo y recuperarse, prepararon la eliminación del grupo callejero. La mujer solo siguió las órdenes y cuando quiso darse cuenta, estaba frente al jefe de la banda que había matado a su compañero. Ahí le tenía, de rodillas, rogando por su vida como una asquerosa rata de alcantarilla. Uno de los socios de Hanafuda le pasó el arma a la mujer. Miró al tipo con desdén mientras le apuntaba.

- Si nos hubieras dejado marchar. Sin matar a nadie...- temblaba la mujer mientras sostenía la pistola. – Nada de esto te hubiera pasado. – su vista se nubló por las lágrimas.

- ¡Cuidado!- avisó uno de los hombres del yakuza.

Demasiado tarde, el jefe del grupo callejero apuñaló en el pecho a la mujer, que se desplomó en el suelo entre sangre. De inmediato todos los presentes empezaron a acribillar a disparos al tipo contra la pared. Cuando estuvo bien agujereado pararon.

La muerte del jefe del grupo y la del compañero de la mujer fue similar, pero a diferencia de este segundo, por el primero nadie lloró.


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