Los asesinos de Noir

Intento de secuestro

-¿Esa es la niña?- preguntó el copiloto.

- Sí, parece un buen objetivo. Escuela prestigiosa, ropas caras.- observaba desde el retrovisor a los niños que salían de la escuela- Dinero seguro. Vamos a seguirla.

- Creo que acaba de llegar su madre.- silbó

- Wow, que buena esta la madre, a lo mejor nos deberíamos llevar a ella.

- Bueno, tú tira que las perdemos de vista.

Ellos arrancaron y disimuladamente siguieron el coche de la madre y la hija. Aparcaron en las proximidades y se acercaron a la valla blanca donde en el interior había un precioso jardín y una casa al estilo película estadunidense. Un paseo de piedras hacía de camino hasta la puerta de aquella casa.

- Con estés nos hacemos de oro.- se frotaban ya las manos pensándolo.

Ambos hombres estuvieron rondando a la familia para buscar una pauta, el ritmo de su rutina, para intentar atacar. Al cabo de unos meses pudieron encontrar una abertura. Las tardes de los viernes, durante unos minutos, la niña quedaba en el jardín jugando sola. La madre seguía en casa pero calcularon que no lo suficiente como para llegar a tiempo. Esperaron unas semanas más acabando de perfilar el plan.

- Te acuerdas del plan ¿no?

- Sí, apúrate que vamos contratiempo.

Había perros en la casa así que lo primero que hicieron fue hacer una distracción en la punta opuesta de la casa. Mientras uno atendía a los perros el otro cogía a la niña. No era difícil, no había nadie y tenían todo lo preparado. Lo que no se esperaban es que los perros no reaccionaran por nada, ni por ruidos, ni el silbato de perros ni comida...

Algo presionados por el tiempo decidieron golpear la valla de la entrada, eso no se podría oír desde el interior de la casa, pero si lo pudo oír la niña, quien, curiosa, se acercó a la parte delantera del jardín a ver qué era eso. El primero en acercarse fue el poderoso rottweiler que tenían. El hombre ya había preparado la soga así que cuando lo tuvo a tiro le ató el cuello con un nudo corredizo. El animal empezó a forcejear. Con esto esperaban distraer al otro perro y así su compañero pudiera coger a la niña, pero cuando el segundo hombre se había acercado a atraparla por detrás, el dóberman seguía sentado pegado a las faldas de la niña. Paso que daba ella, movimiento que seguía él. Se puso en modo defensa, con la cabeza siempre mirando hacia el enemigo no se separaba de su dueña. El hombre que se había encargado de atar al primer perro entró al jardín para ayudar a su camarada.

- Va, hombre, que es un puto perro. No un oso- decía, pero con la máscara que llevaban no se les entendía nada.

- ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis?- habló la niña mientras se encogía detrás del perro.

Viendo que la víctima iba a gritar, se abalanzaron para amordazarla. Uno de los dos fue el atacado por el dóberman, este agarró el brazo del hombre y zarandeaba la cabeza sin soltarle.

- ¡Ah! Mi brazo- intentaba ahogar los gritos.

- Ya la tengo ¡Vamos!- se giró hacia la salida.

Fallaron en el tiempo, frente a la valla de la salida estaba la madre desatando al rottweiler.

- Lucca, ¡Ataca!- señaló.

El animal no se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre el que agarraba a la niña.

- ¡Mirai! Ven aquí.

Mirai corrió hasta su madre y escondió la cabeza contra su pecho. Delicadamente la mujer cubrió los oídos de su hija.

- Töten- dijo mientras daba un silbido.

Entonces los perros se dejaron de juegos y forcejeos con los asaltantes. Dejaron la parte que estaban atacando y, aprovechando eso, los hombres se levantaron para intentar escapar, en vano porque los animales se habían lanzado a sus cuellos, directos a acabar con ellos.

Clarisse levantó a su hija y la metió en casa para que no viera los dos cadáveres que quedaban fuera. Sin apartarse de su retoño, acariciando suavemente su cabeza, llamó a la policía e inmediatamente después a su marido.

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